Alzas la vista al cielo e imaginas cómo sería, por una vez,
alcanzar esas estrellas que tan lejos divisas desde tu propia pequeñez. Vuelves
la vista, alcanzas a ver tus pies, y los sientes fríos en un asfalto que lleva
a otros tantos como tú al destino que ha elegido tu vida. Unos trajeados,
portan maletines asépticos e inmaculados de cuero esperando que esa mañana no
se les alargue la reunión lo que dura en enfriarse su primer café matutino. Hombres
embutidos en monos azules, que avanzan raudos con su tartera a los cimientos de
un fortín de ladrillos, argamasa y grandes hormigoneras. Señoras, y señoritas,
engalanadas con sus faldas de raso, unos zapatos charol y a un paso ligero que
marcan sensualmente los ritmos a los que se les vuelven las miradas de los
transeúntes.
Y ahí estás tú, los
ves a todos… Mientras la cola jamás avanza…
En tus ojos se torna la desesperación porque, desde hace
meses, la nevera sólo enfría el vacío de tu estómago, la estufa ya no te da el
calor que necesitas y todos tus días te los imaginabas ahí sentado, frente a
esa “caja mundi” que nunca da buenas noticias. Recuerdas que a tu mujer le
dolían mucho las muelas, aún no ha sido posible pagar al dentista. Sigues
avanzando, alguien delante de ti parece llevar días sin dormir, las ojeras
tocan las suelas de sus zapatos y te contagia su cansancio. Bostezas. Vuelves a
mirar al cielo, con un sol que imprime en tus retinas la esperanza de un futuro
mejor. No te imaginas cómo has acabado así, en un mundo perfecto donde parece
que podíamos servirnos de todo si no éramos avariciosos.
En un reflejo de tu mirada, miras al suelo. Una anciana
tiende su mano pero no quiere que la levantes. Sus labios no te dicen nada, son
sus ojos los que te reflejan su tristeza, ha decidido dejar de hablar para que
una leyenda sobre un cartón rociado de cieno se lo cuente al mundo: “Soy viuda,
mi pensión no me permite vivir. Por favor, ayúdenme”. Aún piensas que tienes
suerte, y de hecho la tienes. Tú puedes estar en casa.
Sufres, parece que está todo mal. No eres el único. Buscas
esa presa de nuestro siglo, que se refleja en papeles de colores que compran la
libertad, la ilusión, las ganas, el bienestar… La hueles y desesperadamente te
quieres lanzar sobre ella, famélico de que te reconozcan tu esfuerzo quienes la
disfrutan. Tanto que no reconoces la recompensa, hay sentimientos que te
condenan a abandonar esa cola infinita que da la vuelta a la manzana…
Siempre has sido un león, para mí serás el mejor. El
heroísmo no es sólo cosa de películas, guerreros o futbolistas. Los goles de
los grandes triunfos, las guerras justas ganadas o los James Bonds, Ethans
Hunts, Máximos o Frodos Bolsones que siempre les sale todo bien en sus propios
universos de fantasía que tanto te gusta contemplar. Que tanto te gustaría ser... Tú eres más que ellos. Eres un héroe porque jamás te
rindes, sólo porque quieres trabajar. TRABAJAR. Te has movido tanto y sólo
quieres un jornal. Y la música te posee, ese tal Guerra llega a tu cabeza y te imaginas lo que pasaron tus papás, no sabes si
quieres una visa pero quisieras salir de acá, teniendo la felicidad y el
sustento para jamás volver.
Eres otro, de los tantos más, por los que todo
merece que las cosas cambien. Sigue viendo en tu espejo al león que tú eres. Desempleado, y desamparado, tú deberías ser
nuestra bandera…
"Y sabes que eres tan duro como las rocas del mar, que ante incesantes vientos y fastuosas mareas, tú seguirás presente luchando por sobrevivir..."
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